Helena Zulbarán.
Fundadora Gato Gazzu A.C.
Foto: Helena Zulbarán / Edición digital: Erika Porras
En febrero festejamos el día del Amor y la Amistad, todos hablamos y sentimos el amor, volvemos a enamorarnos del amor romántico, queremos vivir el amor y la pasión de las películas hollywoodenses, sentir mariposas en el estómago y olvidamos que tenemos otros amores, que no son pasionales, que son amores que tocan el alma y dejan huella como ningún otro.
Yo vivo enamorada de mis gatos: mágicos, encantadores, cercanos o lejanos son formidables, tanto, que han sido adorados en muchas épocas de la historia por dioses, reyes y humanos comunes. ¿Cómo no dejarnos enamorar por la profundidad de esos ojos, por la elegancia de su cuerpo y la marca que deja en nuestras vidas?
Sé que mis gatos me eligieron a mí para recorrer este camino de la vida, algunos son mis maestros, otros mis compañeros, guías espirituales y guardianes, me eligieron y no desearía que fuera de otra manera.
Amar a un gato es vivir un amor desidealizadamente
Quienes han podido vivirlo, ¡saben de lo que hablo! La fortuna de experimentarlo viene de increíbles maneras, coexistir con un ser mágico y amar por el simple placer de amar, de amar las coincidencias y las diferencias, disfrutar los ronroneos, miradas a la distancia, los momentos y lazos especiales que se crean entre humano y su gato o mejor dicho, entre un gato y su humano.
En este lazo aprendemos a amarlo todo: los rasguños, las discusiones por un espacio en la cama, hasta limpiar el arenero y satisfacer sus necesidades básicas como alimento y techo, pero también todos los caprichos, despertar en la madrugada para abrir una puerta que seguramente estaba abierta pero no lo suficiente.
Compartir un lenguaje propio, que sin ser verbal logra la comunicación sincera entre dos almas, ¿quién no conoce cada “miau”, “prrr”, “hisss” de su gatito?, ¿quién no ha platicado con su michi y se siente escuchado, entendido y sí... algunas veces ignorado?
El amor de un gato hacia su humano lo resumo en esta frase: “Elegir estar con”, no “necesitar de”. La cual –creo-, es la máxima del amor, la gran enseñanza que nos ofrecen los gatos.
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