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El Mastín Napolitano. Hacia un entendimiento de su origen y naturaleza.


Por Édgar Barragán Hernández


Sin duda, el Mastín Napolitano es un perro que logra impactar a quienes le observan por vez primera: su talla, masividad, un movimiento sorprendentemente ágil y poderoso y, particularmente, una cabeza vestida por una serie de pliegues que le brindan una expresión sobria, pero disuasiva. Esta primera impresión no permite medias tintas, te seduce o te aleja de él o ella.


Efectivamente, el moloso italiano es mucho más que una serie de evidentes características físicas. Es, además, poseedor de un temperamento equilibrado, mismo que requiere de una conducción firme, enérgica, pero particularmente afectiva. Es un perro de un solo dueño, proveedor eterno de afecto para sus dueños. Es, aunque no sea fácil de creer, una fuente inagotable de cariño y afecto.


Sin embargo, la intención de este artículo no es sólo enfatizar o redundar en las virtudes del Mastín Napolitano, sino también de poner en la mesa aquellas ideas equivocadas respecto a sus características y, particularmente, sobre sus orígenes, que mucho tienen de historia, como también de leyenda y fantasía.


Generalmente se hace mención del origen milenario del Mastín Napolitano. Sin embargo, es importante aclarar que en realidad se está haciendo referencia al origen general de los mastines. Esto no le resta fascinación ni mérito al Mastín Napolitano, por el contrario, nos permite entender de mejor manera su proceso evolutivo a lo largo del tiempo, su participación en la historia antigua y en la moderna, las funciones y tareas que se le asignaron, para las cuales le fueron desarrollando y fijando características específicas que dieron forma al perro que a mediados del siglo XX recibe, junto con su reconocimiento oficial como raza, el nombre de Mastín Napolitano.


Muchos autores coinciden en la teoría de que el origen de los mastines empieza con el Dogo del Tíbet, el cual acompañó las migraciones de los pueblos nómadas de Asia. Sin pretender ser exhaustivos en la historia, se sabe que descendientes de estos perros que habían llegado a India y Persia impresionaron a Alejandro Magno por sus características físicas y ferocidad en el combate. Es el Rey Poro el quen regala una pareja a Alejandro Magno, quien específicamente los envía a Grecia con las indicaciones de cuidar su cría y desarrollo, iniciando con esto su introducción a Europa. Baste recordar que El Reino de Epiro (norte de Grecia) estaba integrado por tres tribus: molosos, dólopes y máracos. Al frente de la primera estaba Alejandro I de Epiro, tío de Alejandro Magno. Como consecuencia de la Guerras Pírricas estos perros llegan a Roma, diseminándose luego a lo largo de la actual Italia.

Ahora bien, este primer recorrido a través del tiempo es importante en la medida en que entendemos el tipo de perro que se fue desarrollando, primero para su utilización en la batalla y, posteriormente, para el cuidado de las casas patricias y de las fincas, “masseria”.


El nombre de “masatinos”, guardián de fincas, cambió más tarde por la denominación de mastino, como consecuencia de la función que desempeñaban.


Y ya que hablamos de la función, vale la pena citar lo que Columela (Lucio Junio Moderado) plasma en el Capítulo XII de su obra De Re Rustica, por allá del año 42 d.C., respecto a las características del perro que ha de guardar las propiedades:


Se ha de escoger de un cuerpo muy grande, de ladrido espacioso y sonoro, para que amedrente al malhechor, primero cuando lo oiga y después también cuando lo vea.


Pero ha de ser de un solo color, negro, desaprobando el “manchado”, y específicamente establecía: “si el ladrón viene de día, siendo negro, es más terrible a la vista; y si viene de noche, por la semejanza que tiene éste con el color de la oscuridad, ni aun siquiera se ve, por lo cual cubierto como está con las tinieblas puede llegar con más seguridad al que está asechando”.


Se aprueba más bien un perro que tenga la cabeza tan grande que parezca la parte mayor de su cuerpo, los ojos oscuros que centelleen con una luz viva, el pecho ancho, las espaldas espaciosas, las piernas gruesas.


Y no importa mucho que los perros sean pesados o poco ligeros: “pues deben hacer de cerca y en el sitio en que están, más que de lejos y a la carrera dilatada; como que deben hallarse siempre alrededor de las cercas y dentro de la propiedad, y por mejor decir ni aun deben separarse a larga distancia “.


De gran valor estos conceptos para entender la estrecha relación entre la función del perro y su morfología.

Pero avancemos en el tiempo y centrémonos en la última etapa de la historia del moloso italiano.


Al final del reinado español en Italia (1861), el moloso italiano sobrevivió en pequeñas cantidades en varias regiones alrededor del Vesubio, pero al final del siglo XIX las condiciones sociales y económicas fueron tales que el moloso italiano fue nuevamente reducido en número.

Pese a lo anterior, allá por 1882 encontramos las primeras referencias que se tienen respecto al reconocimiento de la raza, cuando ya se habla del Cane e´presa, Cani da Presa. Incluso, en 1897 el profesor Tecce, de la Facultad Veterinaria de Nápoles, describió en su libro titulado “Cani” las cualidades esenciales del “perro napolitano”: combatividad, fuerza y valor ante el peligro. Aquí ya está claramente definido el temperamento, la verdadera naturaleza del perro que estamos tratando de entender.


Pero la evolución y existencia del moloso italiano ha estado ligada a la historia de su país de origen, además, con la participación de Italia en la Segunda Guerra Mundial, el número de ejemplares se ve drásticamente reducido, poniendo en peligro su supervivencia.

Para nuestra fortuna, el interés por el perro napolitano supera las vicisitudes y en octubre de 1946, en el marco de la primera exposición canina posguerra, realizada en Castell dell´Ovo (Nápoles, Italia), se presentan ocho molosos romanos provenientes de las provincias de Nápoles, Salerno, Avellino y Caserta, gracias a la intervención de Ruggero Soldati.


Vayan para la memoria histórica de la raza los nombres de estos ejemplares: Bufariello, Zingarella, Giosì, Jim, León y Catari, Moschella y Guaglione I, destacando este último sobre los otros por ser “extremadamente grande, fuerte y potente”.

Y es en este evento que también aparece en escena Piero Scanziani. Y son Soldati y Scanziani quienes se consideran los “creadores” de la raza, ahora sí, Mastín Napolitano. Para mayor claridad, Ruggero Soldati redacta, con la dirección de Piero Scanziani y tomando como modelo a Guaglione I el primer estándar de la raza, el cual llevó al reconocimiento oficial del Mastín Napolitano por la ENCI-FCI en 1949.

Y aquí habrá que dejar claro algo: Guaglione I constituye la base para el proceso arduo de recuperación del gran moloso italiano del que hemos venido haciendo referencia. Incluso, en su momento, la reacción que se tuvo sobre los molosos presentados en Castell dell´Ovo, citando al propio Scanziani, fue la siguiente: “... los jueces llegaron a Nápoles desde el Norte, liderados por el gran Solaro, y se burlaron de aquellos ocho perros de presa. Se les consideraba sin raza, uno alto y el otro bajo (decían), este del tipo Alano y aquel del tipo Bordeaux, no uniformes ni siquiera en el color, dispares, similares sólo en el linfatismo, en el raquitismo, en lo bastardo, perros encadenados al pajar e incluso ineptos para caminar, bestias (dijeron) que sólo la inventiva napolitana podía haber reunido bajo la etiqueta de mastines”.

Posteriormente al reconocimiento oficial de la raza, como consecuencia natural del proceso de recuperación, en 1965 se hace una revisión al estándar oficial por parte de Soldati y Escanziani.


En 1968 Fabio Caielli lleva a cabo una nueva revisión al estándar oficial.


En 1978, ya a casi treinta años de la existencia de un estándar racial, L. Gentilini publica en la revista “Nostre Cani” un artículo en el que destaca tres virtudes del mastín napolitano: elasticidad, fuerza y equilibrio.

A entender: la elasticidad del perro guarda una relación directa con la longitud de su tronco, la fuerza es resultado del diámetro transversal del tórax, ya que le confiere una gran capacidad de fuerza y potencia de empuje, adicionalmente, la separación entre las cuatro articulaciones, derivada del diámetro transversal, crea una base de apoyo muy amplia compensando el ligero desplazamiento hacia la parte anterior del cuerpo de su centro de gravedad, brindando un extraordinario equilibrio.


Lo anterior explica claramente el concepto de que “una buena estructura se traduce en un buen movimiento”.


El trabajo de L. Gentilini, además de un gran valor técnico es, desde mi punto de vista, el indicador de que el trabajo de recuperación llevado a cabo en Italia por un gran número de apasionados estaba ya muy cerca de consolidarse.


En 1989 G. Alessadra y M. Perricone llevan a cabo una nueva revisión, misma que refleja una visión eminentemente técnica de un proceso de recuperación consolidado y que en su aparente complejidad por el manejo de fórmulas, ángulos y medidas, en realidad facilita la evaluación del ejemplar en relación al estándar.


La última revisión al estándar se lleva a cabo en 2015.


Este breve recorrido histórico en torno al origen del Mastín Napolitano debería ayudarnos a entender su naturaleza y función como perro de guardia.


Lejanos están ya los tiempos del combate y del espectáculo circense. Hoy, particularmente, sigue vigente su legendaria función como guardián de la casa y de los miembros de la familia a la que pertenece, con ello se hace evidente la necesidad de conservar en su justa medida las características que a través del tiempo le fueron conferidas para convertirle en el guardián ideal.


Debemos entender que Guaglione I no es lo que de manera errónea y absurdamente llaman mastín “old style”, no era tampoco el mastín “funcional” con el que hoy se pretende llamar a los perros carentes de tipo, baste repasar los comentarios que se virtieron de él cuando se presentaron en Castell dell´Ovo (citados en líneas anteriores).


Pero Guaglione I sí tenía características de gran valía, representaba la oportunidad, tal vez la última, de recobrar al legendario y mítico moloso italiano. En él se concentraba un legado histórico y una estirpe que sólo los ojos de un experto, de un verdadero entendedor del moloso pudo ver: Piero Scanziani.


Se inició con la recuperación de características que eran el legado de sus épocas de batalla, de su participación en el circo romano, de verdadero perro de presa. Se trabaja en torno a las características físicas que Columela ya había descrito, fundamentales para el perro al que hemos de confiar nuestra seguridad. Por supuesto, y de particular importancia resultaba el preservar la combatividad, fuerza y valor con las que Tecce describiera su verdadera naturaleza.


La titánica tarea de recuperación, con los conceptos mencionados en mente, fue realizada con verdadera pasión y compromiso por criadores italianos para que, en mi particular punto de vista, en la década de los noventas pudiéramos ya disfrutar la presencia de mastines napolitanos de gran tipicidad, verdaderas leyendas de la historia contemporánea del Mastín Napolitano.


Sin embargo, debido a que parte importante del trabajo de recuperación consistió en fijar características como las arrugas, laxitud de piel y prominencia de huesos, entre otros, muchos criadores cayeron en la tentación de exacerbar esas características, tomando de manera deliberada el camino de la hipertipicidad, alejándose poco a poco del delicado equilibrio entre funcionalidad y morfología.


Los pliegues de la caña nasal, características de la raza, son una reminiscencia del perro de presa, cuya justa medida era sinónimo de eficacia en la captura y sometimiento de la presa, las arrugas de la cabeza le proveen una expresión disuasiva e intimidatoria. En conjunto estos pliegues, aunados al volumen y proporciones del cráneo, proveen al Mastín Napolitano de una cabeza sobresaliente, majestuosa que lo distingue. Nunca los excesos de estos pliegues deben reducir su ángulo de visión, tampoco los belfos excesivos deberán interferir con la capacidad de morder.


La elasticidad, fuerza y equilibrio son consecuencia de la justa medida en proporciones, volumen, tamaño de huesos, longitud del tronco, diámetro transversal, etc. Si bien es cierto que la tarea del Mastín Napolitano como guardián está limitado a las propiedades, no significa que sea incapaz de realizar tareas que impliquen recorrer distancias considerables o que requieran de una gran agilidad. Todo esto se ve seriamente afectado cuando llevamos a la exageración las características físicas del perro, poniendo en riesgo incluso su salud, su capacidad de supervivencia.


Tema importante en estos tiempos lo constituye el carácter del Mastín Napolitano. Cada día es más frecuente ver perros que rehúyen a la mínima condición de peligro o provocación, que no ladran, convertidos en perros de mera compañía.


En la medida en que entendamos la verdadera naturaleza del Mastín Napolitano seremos capaces de desarrollar las tareas de conservación y difusión de una raza poseedora de un legado milenario, una raza que verdaderos apasionados pusieron en nuestras manos después de un arduo trabajo de recuperación.


No hay más, el conocimiento nos lleva al entendimiento de lo que en realidad debe ser el Mastín Napolitano. Impedirá que muchos sigan creyendo que existen varios tipos o clase de esta raza. El Mastín Napolitano es uno y está definido en su estándar racial oficial, pero debemos entender también que la lectura de este estándar será incompleta si no va acompañada de conocimiento de los orígenes y la verdadera naturaleza de esta raza.

“Juntos en las guerras y en la casa, en las luchas circenses, en las villas patricias y en los suburbios. Cada aventura deja una arruga más en la cara del perro y cada empresa enciende una chispa en ojos de testigo fiel y silencioso de la historia”.

Nicola Imbimbo



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